Profesora de Castellano y Licenciada en Educación de la Universidad de Playa Ancha de Valparaíso. Hace clases en San Antonio desde el 2003. Prepara su libro El Margen del Cuerpo con Agencia Editorial FUGA. -Ha publicado en: *Antología 21 poetas de la Universidad de Playa Ancha. (1999) *Creación desde la palabra, UTFSM de Valparaíso. (2001) *Antología Poesía Universidad de Playa Ancha (2002) -Ha participado en encuentros y lecturas públicas de poesía: *Carnavales Culturales de Valparaíso (2001) *Encuentro Internacional de Poetas Chile-Poesía, Santiago (2003) *Encuentro Internacional de Poetas Jóvenes Poquita Fe, Santiago (2004)
Poesía:
La Dolorosa
Me sacan a procesión justo a la hora en que cae la última gota de mi corazón partido. Hay una espada que ha dividido las lágrimas de ese corazón ermitaño de estar quieto. Las palabras que se alzan frente a mi boca no entran por los ojos, ni por los oídos, ni por los tímpanos si quiera. Las palabras que rebotan en la cúspide son las palabras de una amargura de permanecer estática, las justas sílabas de no estar jamás contigo. Nacida virgen, encontrada muerta, un día me llamaron así, por el nombre del dolor convenido, me irguieron a propósito en un púlpito de roble, pulido, esmaltado, lacado, y ahí me pusieron para que en mí el mundo reflejara su sed de espanto. No me imagino en otro lado, puesta de otro modo, sentenciada por una congregación que no fuese ésta, mis devotas adúlteras. Porque dolemos a penas, sabemos eso, nos sacan a procesión para que dolamos menos, para que el viento nos peine los cabellos enyesados, para que no recordemos que estamos hechas de armazones secretos. Ciertos discursos mancillan nuestra honra, a pesar de que no somos nada santas, a pesar de que nacimos con la espada atravesada, aún así elevamos una mirada lánguida que centellea cuando nadie la arrebata. Nuestros hombres no están sanos, nuestras manos no están puras, nuestros hijos inexistentes nos dicen madres por nuestros rostros, pues sobre todo, es la mirada la que sobrecoge cuando se la acecha. Pero yo pienso en ti, aún en ti. No sé pensar en este encierro ancestral ni en otro que no seas tú. Recordar cuando has omitido mi nombre, cuando me has ignorado en ciertas ocasiones, cuando, yendo por la calle a cierta hora aún se retuerce en mí el recuerdo de la espada empujada por tu puño, el filoso espejo entrando a mi carne, la lozana muerte reptando por mi pecho que ahora abierto, rasgó sus coseduras y rosarios. Rebanaste mi lengua, me supiste acallar hasta que fuera muda, hasta que no supiese mirar de otro modo que no fuera este, lastimero en detalle, oscuro en la retina, vacío en su verticalidad. La dolorosa, dicen que me dijo, cuando abandonó las ásperas sábanas, la dolorosa cuando acometió el desconocimiento del fin, la dolorosa cuando abrió mi carne e hizo pernoctar mis miembros al frío, la dolorosa cuando la encontraron mórbida encima del misal abierto. Y se volvió dura, cruda, fría, hosca, porque la sacan todos los días a esa hora, y le descubren el rostro ajado siempre en el mismo sitio, nadie espera a la procesión, todos huyen de ese enhiesto martirio, pero ella pide con mesura que se le arrojen encima y retiren el sable, ningún músculo ha de latir entero, ningún cuerpo ha de convertirse en texto enfermo, menos cuando se le ha congelado la sangre y vuelto tiza la piel de los párpados.
* Texto escrito a propósito de la Virgen de la Amargura (Málaga, España, 1792), también llamada Nuestra Señora de los Dolores, virgen de religiosidad popular, que durante el período de la Guerra Civil Española permaneció oculta.
***
Caperucita
Con el lobo metido entre las piernas es mejor no quedarse
Hay que saber apartar en el momento justo los cortes de los conflictos
Y un lobo metido adentro como mano ajena que rasca y parpadea es un síntoma
que permea todas las zonas recordatorias y más secretas
Porque al cuerpo hay que dejarlo que rece solo
que se rebusque las distribuciones y fluidos en su ritmo
todo a su tiempo -decía la abuela-
y un lobo así metido hace tanto en la entrepierna
no conviene
pues saliva demasiado sobre la caperuza de esta mujercita pendenciera
esa que pulsa por minuto más de lo pedido esa que aguanta y se cubre en el día para parecer ingenua pero de noche arrecia tremendos enredos bajo la humilde capita
No es amigable una muchacha corajuda que aprisione a cualquier lobo
pues para transitar por el espacio de este relato es necesario ser
bien tonta y bien loca y jamás pronunciar el mensaje que se arrojará sobre la cama llena de detalles y almidonadas blondas
por eso es urgente sacar al lobo de este entuerto
mal parirlo de nuevo
arrojarlo como el escupitajo sale del animal infecto
A este lobo viejo y desgarrado que no se convence
que esta no es la entrepierna
de su cobardía
que esta no es la ruta de un deslizamiento viril
porque aquí va un corte
porque en esta parte de la herida va una cosedura en frío
una sutura cruda
Sobre la carne blanca
De una construcción que de tan indeleble se arriesga al derrumbe
a la rosada cicatriz
al edema de una virgen recién abierta por la bestia arrimada
en duro goce
***
Queremos riesgo
Buscamos el desvío, porque los caminos ya están pavimentados
La ruta del desvarío, de la desintegración de la virtud
Borrachos vencemos al verdugo de nuestro cuerpo
porque preferimos esculpirnos una violencia de pulsión
Rasgamos palabras con las mismas manos con que
poseemos la carne, con los mismos dedos con que hemos
apuntado nuestra lasitud
Nos volvemos otros a cada instante
nos instalamos en las nuevas concepciones del honor, en los altos
conceptos de la infección
Perdidos en la borrachera de derrotarnos
entre nosotros
escudriñamos el objeto que designamos dentro
Abusamos de las ausencias ahí sin tocarnos
Las heridas se van transformando en substratos de pequeñas muertes
Y morimos un poco
A pedazos hacemos el poquito de muerte que nos corresponde
Mordemos el hueso graso que nos convoca a un hambre mortal
No contemplamos verdaderamente el aspecto
de nuestra clandestinidad
Nos abrimos mar adentro gente en fila en las orillas
Sabemos perecer por el nombre y a la hora requerida
Nos salivamos estúpidamente mientras la
imagen de la pantalla electrifica lo anverso
de nuestras rodillas
Ocupamos el frontis de una fachada
de un deseo
como un hábito mal tenido
acechamos el disturbio en cualquier instante
El mayor peligro es lo que aún no ha sucedido
lo que no atisbamos
Nos escondemos tras la caparazón de una noche pueril
una noche que testifica
el partir, la redención
el catastro de todas las muertes en la espalda torcida
con sus metales incrustados a destajo
El cuerpo está roto porque no ha sabido hablar
la parálisis de las palabras más duras le ha
vuelto una contención condenada al derrumbe
Cuerpo desencajado, muslos quebrados
por el ritmo de un golpe sin par
Huesos triturados por la designación de un mal hablante
que con sus dientes proclama el mordisco inaugural
A deshora queríamos encontrar el ojo de un riesgo que nos
llevara al miedo
y del miedo al vértigo
y del vértigo a la más antigua destrucción
Pero no logramos percibir el punto de vista de un objeto triunfador
Es eso lo que nos ciega
es eso lo que nos hace agua
Instalado allí
en su grandeza de objeto de primera -o cuarta- categoría
El otro nos aísla
Albergando la certeza de una fascinación
Hasta no poder concretar
ciertas definiciones
de un cuerpo a-r-mado
Ahora habrá que hacer el tajo
en el pecho
en plena fecha de renuncias
de fisuras
así como un delito de Fe
Habrá ahora que hurgarse las partes malsanas
desahuciados
desconocidos
y sin nombre
Escribiendo mal incluso
El soporte ajeno que nos limita.
***
Narciso y nuestra infamia
A veces hablo con Narciso de nuestra infamia.
Me río de su figura con una nostalgia imperecedera,
Atroz.
Él logra hacerme llorar con su belleza.
Y no me deja tocarlo,
Por miedo a que pueda rechazar tanta perfección.
Nuestros orgullos se alzan sobre nuestras cabezas.
Flamean las banderas del éxtasis en nuestra patria.
Canta el sol la fortuna de alumbrar nuestros ojos.
No puedo amar a Narciso por más que lo desee mi cuerpo, yo misma.
Me traiciono, a veces, mirándolo de soslayo,
Y él apenas voltea, en actitud más lánguida que un lirio
Al que le lloviera el rocío.
Narciso, Narciso…
Déjame alcanzarte para entender que también soy débil y preciosa.
Déjame poseer el pálido reflejo de tu carne saturada de salud.
Permite que te toque, que cuando apenas te roce en una escena privada de luz,
Yo me pregunte dónde, ¿Dónde perdimos la humildad que fomenta la fuerza?
¡Oh Narciso, si he de ser pulcra por admirar mi delicadeza, hazme vana!
Hazme aún más viciosa y salvaje que tu dios.
Quiero ser aquella primera que destruya tu esfinge.
Cual Medea envenenada por la acción brutal de desenmascarar, de destronar,
De develar aquello fiero pero enfermo de tu lid.
Mi adonis, mi dueño ideal, deja de contemplar las aguas de diamante que te embriagan.
Yo, he roto la leyenda, acaso para ahogarme esta primera y última vez
en el espejo terrible que surca mi frente espontánea…
El espejo de la Muerte.
http://florenciasmiths.blogspot.com/
No comments:
Post a Comment