De todas mis mentiras, ésta es la más divertida: Cuando te dije cuántas ganas tenía de volver a ver mi país.
Tú parpadeabas, enternecida, y te aclarabas la voz buscando palabras reconfortantes y comprensivas. En ningún momento de la noche te atreviste a reír. Sólo por eso valía la pena haberte contado aquella historia.
Cuando regresé a mi casa, encendí las lámparas en todas las habitaciones y me puse delante del espejo. Me miré hasta que mi imagen se volvió borrosa e irreconocible.
Durante horas di vueltas por el cuarto. Mis libros sin vida estaban inclinados en la mesa y en las estanterías, mi cama estaba fría, demasiado limpia, ni hablar de acostarme allí.
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